CON ENORME TRISTEZA Y PROFUNDA PREOCUPACIÓN TENGO QUE RECONOCER QUE EL MUNDO ACTUAL ES BABILONIA, LA GRAN PROSTITUTA, QUE APARECE EN EL CAPÍTULO 17 DEL LIBRO DEL APOCALIPSIS, ESCRITO POR SAN JUAN APÓSTOL Y EVANGELISTA. SI EN ESTE MOMENTO LA HUMANIDAD ESTÁ VIVIENDO EL CAPÍTULO 17 DEL APOCALIPSIS, MUY PRONTO ESTE MUNDO SERÁ TESTIGO DE LA PROFECÍA DESCRITA EN EL CAPÍTULO 18 DEL APOCALIPSIS, LA CUAL CORRESPONDE AL ESPANTOSO Y HORRIBLE DÍA DE LA IRA DE DIOS. SEGÚN LAS SAGRADAS ESCRITURAS, EL DÍA DE LA IRA DE DIOS LLEGARÁ EN MEDIO DE UN TERRIBLE GUERRA MUNDIAL; QUE SERÁ, SIN NINGUNA DUDA, LA TERCERA GUERRA MUNDIAL. DESPUÉS DEL DÍA DE LA IRA DE DIOS SERÁN MUY POCOS LOS QUE VUELVAN A VER LA LUZ DEL SOL, EN CONSECUENCIA HAY QUE ESTAR PREPARADO ESPIRITUALMENTE, Y DESDE YA MISMO, PARA LA MUERTE. POR ESO Y ANTES DE LEER EL RESTO DEL CONTENIDO DE LA PRESENTE PÁGINA WEB, ES DE CARÁCTER URGENTE QUE TODA PERSONA LEA HASTA LA ÚLTIMA LETRA Y PROMOCIONE, CON EL MAYOR NÚMERO DE PERSONAS QUE SEA POSIBLE, LA LECTURA COMPLETA DE LA PÁGINA WEB, CUYA DIRECCIÓN SE MUESTRA A CONTINUACIÓN. TODO LO ANTERIOR PARA QUE EL MAYOR NÚMERO DE PERSONAS POSIBLE EVITE TERMINAR POR FÍSICA IGNORANCIA EN EL INFIERNO, DONDE EL GUSANO NO MUERE Y EL FUEGO NO SE APAGA. ESTA PÁGINA WEB, QUE ES MUY URGENTE QUE ABSOLUTAMENTE TODOS LA LEAN Y LA PROMUEVAN CON EL MAYOR NÚMERO DE PERSONAS POSIBLE, PRESENTA UN CONTENIDO MUY CATÓLICO Y UNA INTERPRETACIÓN, SENCILLAMENTE, EXTRAORDINARIA Y MUCHO MÁS EXACTA, CON RELACIÓN A MUCHOS PASAJES DEL LIBRO DEL APOCALIPSIS, CUANDO SE REALIZA UNA COMPARACIÓN FRENTE A MI INTERPRETACIÓN PERSONAL DEL APOCALIPSIS. LA DIRECCIÓN DE ESTA EXTRAORDINARIA Y SUPERCATÓLICA PÁGINA WEB, QUE DEBE SER LEÍDA POR TODOS, ANTES QUE CUALQUIER OTRO DOCUMENTO, ES...





EL APOCALIPSIS Y LAS PROFECÍAS DEL FIN DEL MUNDO

LA NUEVA JERUSALÉN Y EL FINAL DEL APOCALIPSIS

INTERPRETACIÓN  CAPÍTULO XXI y CAPÍTULO XXII

“Después tuve la visión del Cielo nuevo y de la nueva Tierra. Pues el primer cielo y la primera tierra ya pasaron; en cuanto al mar, ya no existe. Entonces vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, del lado de Dios, embellecida como una novia engalanada en espera de su prometido. Oí una voz que clamaba desde el trono: ‘Esta es la morada de Dios entre los hombres; fijará desde ahora su morada en medio de ellos y ellos serán su pueblo y él mismo será Dios-con-ellos. Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha pasado’. Entonces el que se sienta en el trono declaró: ‘Ahora todo lo hago nuevo’. Y me dijo: ‘Escribe que estas palabras son verdaderas y seguras’. Y después me dijo: ‘Ya está hecho. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré gratuitamente del manantial del agua de la vida. Esa será la herencia del que salga vencedor. Yo seré Dios para él y él será para mí un hijo. Pero a los cobardes, a los renegados, corrompidos, asesinos, impuros, hechiceros e idólatras, en una palabra, a todos los embusteros, la herencia que les corresponde es el lago de fuego y azufre, o sea, la segunda muerte. Después se acercó a mí uno de los siete ángeles de las siete copas llenas con las siete últimas plagas. Me dijo: ‘Ven, que voy a mostrarte la novia, la esposa del Cordero’. Entonces, en una visión espiritual, me colocó en un cerro grande y elevado y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, del lado de Dios, y de la que irradiaba la gloria de Dios. Su resplandor era el de una piedra preciosísima y su color se parecía al del jaspe destellante de luz. La rodeaba una muralla ancha y alta con doce puertas; en esas puertas doce ángeles, y en cada una escritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. Al oriente tres puertas; al norte, tres puertas; al sur, tres puertas; al occidente, tres puertas. La muralla de la ciudad descansaba en doce piedras de cimientos en las que están escritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero. El que me hablaba tenía como medida una caña de oro, con la que midió la ciudad, sus puertas y su muralla. La ciudad es cuadrada, su ancho es igual a su largo. La midió con su caña: doce mil estadios. Su ancho, su largo y su alto son iguales. Después midió la altura de la muralla: ciento cuarenta y cuatro codos. Usaba una medida ordinaria, que, en realidad, era más bien una medida de ángel. Las murallas son de jaspe y la ciudad, de oro fino como el cristal. Las bases de las murallas están adornadas con toda clase de piedras preciosas: la primera base es de jaspe; la segunda, de zafiro; la tercera, de calcedonia; la cuarta, de esmeralda; la quinta, de sardónica; la sexta, de sardio; la séptima, de crisólito; la octava, de berilo; la novena, de topacio; la décima, de crisopraso; la úndécima, de jacinto; la duodécima, de amatista. Las doce puertas son doce perlas, cada puerta formada por una sola perla. La avenida de la ciudad es de oro refinado, transparente como cristal. No vi templo alguno en la ciudad; porque el Señor Dios, el dueño del Universo, es su Templo, lo mismo que el Cordero. No necesita ni de luz del sol ni de luna, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero. Las naciones caminarán hacia su luz y los reyes de la tierra vendrán a traerle sus riquezas. Sus puertas permanecerán abiertas todo el día, ya que allí no hay noche, y vendrán a presentarle todo lo precioso y todo lo grande de las naciones. En ella no entrará nada manchado. No, no entrarán los que cometen maldad y mentira, sino solamente los que están escritos en el libro de la vida del Cordero. Después el ángel me mostró el río de la vida, puro como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la avenida, a ambos lados del río, están los árboles de la vida, que dan frutos doce veces, una vez por mes. Sus hojas son medicinales para las naciones y ninguna maldición es allí posible. El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad, y sus servidores le rendirán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre sobre sus frentes. Ya no habrá noche. No necesitarán luz de lámparas ni de sol, porque el Señor Dios derramará su luz sobre ellos y reinarán por los siglos de los siglos. Después me dijo el ángel: ‘Estas son palabras ciertas y verdaderas. El Señor Dios, que inspira a los profetas, ha enviado a su ángel para que muestre a los servidores de Dios lo que pronto va a suceder’. ‘Mira que vuelvo pronto. Feliz el que hace caso de las palabras proféticas de este libro’. Yo, Juan, fui el que vio y oyó todo esto. Al terminar las palabras y las visiones caí a los pies del ángel que me había mostrado todo esto, para adorarlo. Pero él me dijo: ‘No, ten cuidado, soy un servidor como tú y como tus hermanos los profetas y todos los que observan las palabras de este libro. A Dios es a quien debes adorar’. Me dijo además: ‘No guardes en secreto los mensajes proféticos de este libro, porque pronto se cumplirán. Que el pecador siga pecando, que el sucio siga ensuciándose, que el hombre de bien siga en el bien y que el santo se santifique más’. ‘Fíjense que vengo pronto, llevando el pago que daré a cada uno, conforme a su trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin. Felices los que lavan sus ropas; disfrutarán del árbol de la vida y se les abrirán las puertas de la ciudad. Fuera los perros, los asesinos, los idólatras y todos aquellos que aman y practican la mentira. Yo, Jesús, envié a mi ángel para decirles lo que se refiere a las iglesias. Yo soy el brote y el descendiente de la familia de David, la estrella brillante de la mañana’. El Espíritu y la esposa dicen: ‘Ven’. Que el hombre sediento se acerque; quien lo desee, reciba gratuitamente el agua de la vida. Yo, por mi parte, declaro a todo el que escuche las palabras proféticas de este libro: A quien se atreva a añadirle algo, Dios añadirá sobre él todas las plagas descritas en este libro. A quien quite algo de las palabras de este libro profético, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro. El que da fe de estas palabras, dice: ‘Sí, vengo pronto’. Amén. Ven, Señor Jesús. Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén.”

La majestuosidad, el esplendor y la gloria son patrimonio de Dios por los siglos de los siglos. Amén. Solo Dios puede recibir: La adoración, el honor y la alabanza por toda una eternidad. La mujer más linda, la flor más brillante, el más hermoso de los amaneceres. No importa que consideres como más bello y precioso. Al final todo llega, todo pasa, solo Dios queda. Por eso, está escrito:

“Después tuve la visión del Cielo nuevo y de la nueva Tierra. Pues el primer cielo y la primera tierra ya pasaron; en cuanto al mar, ya no existe”

Aunque vivas en un palacio rodeado de riqueza y comodidad, tu espíritu está vacío y enfermo porque no existe amor en tu corazón. Aunque seas famoso y querido por todos, sientes una profunda soledad y extrañas la alegría natural de caminar libremente por la calle. Aunque seas rico y poderoso, no duermes tranquilo, una horrible pesadilla te despierta en la madrugada, porque hay enemigos por doquier, porque son muchas las iniquidades sobre las cuales está cimentado el imperio que has construido. Aunque te pases la vida disfrutando de: Prostitutas, viajes, cruceros, banquetes, carros lujosos, orgías, discotecas. Sabes muy bien, dentro de tu corazón, que todo esto es pasajero y efímero. La felicidad no se encuentra ni en el placer, ni en el tener, ni en el poder, ni siquiera en la fama. No hay felicidad en estas cosas porque todo esto se acaba. La felicidad se encuentra en el Reino de los Cielos porque el reino de Dios es eterno y definitivo. Ama a Dios sobre todas las cosas, ama a tu prójimo como a ti mismo, entonces, tendrás vida eterna.

No trabajes, únicamente, por el alimento material porque no siempre será necesario. Trabaja, también, por el alimento espiritual porque este es el alimento que da vida eterna. El cuerpo es el que protege y es el que entrega la seguridad y la libertad al espíritu. Cuando el espíritu abandona el cuerpo, experimenta un profundo vacío y desprotección. Cuando la carne y los huesos desaparecen, el alma se encuentra sola y abandonada. En ese momento, el espíritu quiere ver a Dios porque sabe que fue creado por Dios y, por tanto, debe volver a Dios para así poder ser feliz. Pero se levanta una barrera entre el espíritu y Dios. Esa barrera es el pecado. Dios te llama en cada instante de tu vida para que te conviertas de todo corazón a Él. El Creador quiere encontrarse de nuevo con su criatura por toda una eternidad. Por eso, está escrito:

“Entonces vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, del lado de Dios, embellecida como una novia engalanada en espera de su prometido. Oí una voz que clamaba desde el trono: ‘Esta es la morada de Dios entre los hombres; fijará desde ahora su morada en medio de ellos y ellos serán su pueblo y él mismo será Dios-con-ellos. Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha pasado’ “

Tú puedes hacer parte de la Iglesia de Cristo, tú puedes hacer parte de la “novia engalanada en espera de su prometido”. Cristo se desposa con su novia, la Iglesia, en el sacramento de la comunión. Cristo te está esperando en el confesionario. No lo pienses más, ve y confiesa tus pecados a través del sacerdote. Entonces, podrás comulgar. En el momento de recibir la comunión, tú serás uno con Cristo y Cristo será uno contigo. La eucaristía es el sacramento de nuestra fe. Nuestra fe es patrimonio de nuestra Iglesia. Nuestra Iglesia es: Una, santa, católica, apostólica y romana. Los siete sacramentos de nuestra Iglesia son el anticipo de la felicidad eterna y definitiva en el Cielo. En el reino de Dios desaparecerá todo conflicto, angustia y persecución. Allí todo será alegría, gozo, adoración y alabanza. Esta es la verdadera felicidad, esta es la verdadera paz, no como la que da el mundo. El mundo ofrece una felicidad pasajera y efímera a cambio de dinero y pecado. La verdadera paz se encuentra en la Jerusalén celestial porque allí Dios está con sus elegidos:

“Esta es la morada de Dios entre los hombres; fijará desde ahora su morada en medio de ellos y ellos serán su pueblo y él mismo será Dios-con-ellos. Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha pasado”

Son características propias de Dios: Hacer una creación nueva, volver a construir sobre lo sucio y dañado, edificar un hombre nuevo a través de los sacramentos. Al Todo Poderoso no le gusta lo viejo y lo manchado. Dios es aquel que convierte el corazón de piedra en un corazón de carne. La edificación de la Jerusalén celestial es solo un ejemplo del infinito poder de Dios, como está escrito:

“Nosotros esperamos según la promesa de Dios cielos nuevos y tierra nueva, un mundo en que reinará la justicia”
II Pedro 3, 13

“Entonces el que se sienta en el trono declaró: ‘Ahora todo lo hago nuevo’. Y me dijo: ‘Escribe que estas palabras son verdaderas y seguras’. Y después me dijo: ‘Ya está hecho. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin”

En el principio era Dios y el Verbo estaba frente a Dios y el Verbo era Dios. Por el Verbo todo fue creado. El Verbo es Cristo. Cristo volverá como justo juez y reunirá todo en torno a Él. En el último día unos resucitarán para la vida eterna, otros lo harán para ser arrojados al lago de fuego y azufre ardiente. Cielos y Tierra pasarán, pero las palabras de Cristo no pasarán: “Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin”. Dios es el principio porque Dios es el autor de la vida. Dios es el fin porque no existe vida eterna por fuera de Dios. De Él hemos salido, a Él debemos regresar. Aquel que muere en pecado mortal ya está muerto en vida porque nunca más vuelve a ver Dios. Por eso, está escrito:

“Pero a los cobardes, a los renegados, corrompidos, asesinos, impuros, hechiceros e idólatras, en una palabra, a todos los embusteros, la herencia que les corresponde es el lago de fuego y azufre, o sea, la segunda muerte”

“Fíjense que vengo pronto, llevando el pago que daré a cada uno, conforme a su trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin… Fuera los perros, los asesinos, los idólatras y todos aquellos que aman y practican la mentira”

El término "hechiceros", utilizado en el capítulo 21 del libro del Apocalipsis, corresponde al vocablo griego que se muestra a continuación:

φαρμακός

El anterior vocablo es un sustantivo, cuya terminación indica que es un plural masculino. Este término tiene como raíz la palabra griega:

φαρμακ

la cual significa medicamento, droga, fármaco. En conclusión, el término bajo estudio significa narcotraficantes. Como se estudia en la interpretación del Capítulo XVIII del Apocalipsis, San Juan profetiza la nefasta aparición del narcotráfico y el consumo mundial de drogas, tan seductoras y adictivas, como la heroína, la cocaína, etc. Con toda seguridad, Dios no está contento con el actual comportamiento y todo el conjunto de actividades ilícitas realizadas por el narcotráfico, el cual es, sin duda, una de las peores manifestaciones del diablo durante la corta historia universal. No solamente los narcotraficantes serán "invitados de honor" dentro del lago de fuego y azufre preparado para el diablo y sus demonios. Todo renegado que se haya separado de la Iglesia fundada por Cristo Jesús por ir en busca de falsas religiones, ideologías o iglesias, también, conocerá la condenación eterna y definitiva en el infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Dios no quiere católicos a medias, Dios no quiere cristianos tibios. Dios quiere católicos comprometidos que vivan el evangelio y que cumplan todos y cada uno de los diez mandamientos. Igualmente, en el Reino de los Cielos no entrarán los cobardes que fueron capaces de renegar del evangelio para quedar bien ante el poder perseguidor anticristiano. En el Reino de los Cielos no entrarán los corrompidos y los escandalosos que prefirieron la fama y la riqueza antes de entregar un auténtico testimonio cristiano a sus demás hermanos, tanto a nivel de palabra como de obra. En el Reino de los Cielos no entrarán los asesinos, aquellos que han acabado con el cuerpo y el espíritu de millones de inocentes, víctimas de la guerra, por la incansable lucha por el poder político-militar. En el Reino de los Cielos no entrarán los políticos corruptos, ni los tiranos, ni todo aquel que haya llegado hasta el colmo de someter y oprimir a los más débiles e indefensos mediante la promulgación de leyes, totalmente, anticristianas e inmorales como las que apreciamos hoy en día entre los "gobiernos más civilizados del mundo". En el Reino de los Cielos no entrarán los impuros. En el Reino de los Cielos no entrarán los viciosos, ni los degenerados que practican aberraciones e inmoralidades sexuales que están en contra de la naturaleza. En el Reino de los Cielos no entrarán los idólatras, aquellos que le rinden culto: Al dios dinero, al dios poder, al dios placer, al dios fama, al dios belleza, etc. En el Reino de los Cielos no entrarán los embusteros. En el Reino de los Cielos no entrarán los falsos profetas, ni los autores y promotores de doctrinas, tan anticristianas, como: La nueva era, el código Da vinci, el comunismo, el islam, la brujería, el satanismo, la masonería, el ocultismo y todas las demás religiones y doctrinas contrarias al evangelio. Así será, porque así está escrito:

“Pero a los cobardes, a los renegados, corrompidos, asesinos, impuros, hechiceros e idólatras, en una palabra, a todos los embusteros, la herencia que les corresponde es el lago de fuego y azufre, o sea, la segunda muerte”

En el juicio final Dios dará a cada uno de acuerdo a sus obras. Los buenos resucitarán para la vida eterna. Los malos resucitarán para la condenación eterna. El perro era un animal despreciado por los antiguos judíos. Por esta razón, la palabra perro era un insulto cuando se aplicaba a los seres humanos. Los judíos del tiempo de Cristo llamaban "perros" a todos los gentiles, es decir, a todos los extranjeros que no pertenecían al pueblo judío. Análogamente, San Juan utiliza el término "perros", en el pasaje que se anexa más adelante, para referirse a los "no cristianos". El evangelio nos enseña, claramente, que solo hay salvación en la Iglesia fundada por Cristo Jesús, Señor Nuestro. Así es, porque así está escrito:

"Jesús contestó: 'En verdad te digo, nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo, de arriba' "
San Juan 3, 3

"Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para vida del mundo"
San Juan 6, 51

"Para ir a donde voy, ustedes saben el camino. Tomás le dijo: 'Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?' Jesús contestó: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí"
San Juan 14, 4 - 6

Sólo hay bautismo verdadero, sólo hay eucaristía, sólo hay salvación, sólo hay vida eterna en la Iglesia que es: Una, santa, católica, apostólica y romana. Ni los ateos, ni los musulmanes, ni los hinduistas, ni los budistas, ni los judíos, ni los protestantes, ni los anglicanos, ni los ortodoxos, ni ninguno que pertenezca a otra religión o iglesia, diferente de la católica, verá a Dios. Este es el significado del texto que se anexa a continuación:

“Fíjense que vengo pronto, llevando el pago que daré a cada uno, conforme a su trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin… Fuera los perros, los asesinos, los idólatras y todos aquellos que aman y practican la mentira”

Cristo quiere darte a beber agua viva. Cristo quiere llenarte de Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el amor de Dios derramado sobre los hombres. Acepta este regalo, bebe del manantial del agua de la vida que brota del trono de Dios y del Cordero. Ama y déjate amar por Dios. Así tendrás vida eterna. Entonces, Dios será para ti un Padre y tú serás para Él un hijo. Así es, porque así está escrito:

“Al que tenga sed yo le daré gratuitamente del manantial del agua de la vida. Esa será la herencia del que salga vencedor. Yo seré Dios para él y él será para mí un hijo”

“El Espíritu y la esposa dicen: ‘Ven’. Que el hombre sediento se acerque; quien lo desee, reciba gratuitamente el agua de la vida

Este es el comienzo de la que es, quizás, la más bella de todas las visiones proféticas, jamás escrita por hombre alguno.

“Después se acercó a mí uno de los siete ángeles de las siete copas llenas con las siete últimas plagas. Me dijo: ‘Ven, que voy a mostrarte la novia, la esposa del Cordero’. Entonces, en una visión espiritual, me colocó en un cerro grande y elevado y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, del lado de Dios, y de la que irradiaba la gloria de Dios”

Los mensajeros de Dios profetizan lo que el Supremo Hacedor quiere revelar a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Fundamentalmente, son tres las revelaciones que el Todo Poderoso entrega a la humanidad: La forma perfecta de cumplir con la santa voluntad de Dios, la naturaleza propia del Creador del universo y las profecías sobre los acontecimientos que cambiarán la historia del pueblo de Israel y la historia de la humanidad. Generalmente, este último tipo de profecías están acompañadas por revelaciones de grandes desastres y guerras, como aparece escrito en los mensajes de los siete ángeles de las últimas siete copas del Apocalipsis. Afortunadamente, los ángeles no solamente anuncian plagas y castigos. Ellos también pueden mostrar el rostro amoroso de Dios:

“Después se acercó a mí uno de los siete ángeles de las siete copas llenas con las siete últimas plagas”

El Reino de los Cielos no sería el Reino de los Cielos sino tuviera como huésped a la Iglesia. La Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia es la esposa del Cordero. Felices los invitados al banquete de bodas del Cordero en el Reino de los Cielos. Ellos estarán de pie frente a Dios y verán su luz admirable. Esta luz ilumina el hogar de Dios con los hombres. Este hogar es la Jerusalén celestial. La Jerusalén celestial es el Reino de los Cielos. Pocas descripciones son tan majestuosas como aquella que es capaz de dibujar el reino de Dios, como aparece escrito a continuación:

“Su resplandor era el de una piedra preciosísima y su color se parecía al del jaspe destellante de luz. La rodeaba una muralla ancha y alta con doce puertas; en esas puertas doce ángeles, y en cada una escritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. Al oriente tres puertas; al norte, tres puertas; al sur, tres puertas; al occidente, tres puertas. La muralla de la ciudad descansaba en doce piedras de cimientos en las que están escritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero. El que me hablaba tenía como medida una caña de oro, con la que midió la ciudad, sus puertas y su muralla. La ciudad es cuadrada, su ancho es igual a su largo. La midió con su caña: doce mil estadios. Su ancho, su largo y su alto son iguales. Después midió la altura de la muralla: ciento cuarenta y cuatro codos. Usaba una medida ordinaria, que, en realidad, era más bien una medida de ángel. Las murallas son de jaspe y la ciudad, de oro fino como el cristal”

El jaspe es una piedra de cuarzo, la cual se encuentra en la naturaleza en diferentes colores, a saber: Verde, rojo, marrón, amarillo, azul grisáceo. Al verla, esta piedra tiene la apariencia de un paisaje cristalino. La expresión “Su resplandor era el de una piedra preciosísima y su color se parecía al del jaspe destellante de luz” se refiere a la incalculable belleza y al resplandor propio de la Jerusalén celestial. Por eso, está escrito:

 “El que me hablaba tenía como medida una caña de oro, con la que midió la ciudad, sus puertas y su muralla”

El más bello de los amores y el mayor de todos los regalos está en el Reino de los Cielos. El apóstol San Pablo es, sin duda, mucho más elocuente:

“Pero, según dice la Escritura: El ojo no ha visto, el oído no ha oído, a nadie se le ocurrió pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”
I Corintios 2, 9

La Iglesia de Cristo descansa sobre cimientos en los que están las doce piedras de los apóstoles del Cordero. Los obispos fieles a Cristo, que pertenecen a la Iglesia Católica, son los sucesores directos de los doce apóstoles del Cordero. El nuevo pueblo de Dios vendrá de occidente y de oriente, del norte y del sur. El nuevo pueblo de Dios es la Iglesia, que es: Una, santa, católica, apostólica y romana. Así es, porque así está escrito:

“Y vendrán hombres del oriente y del poniente, del norte y del sur, a tomar parte del festín, en el reino de Dios. Pues algunos que ahora son últimos serán los primeros y en cambio los que ahora son primeros serán los últimos”
San Lucas 13, 29 - 30

“Al oriente tres puertas; al norte, tres puertas; al sur, tres puertas; al occidente, tres puertas. La muralla de la ciudad descansaba en doce piedras de cimientos en las que están escritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero”

Los elegidos de Dios entrarán en la ciudad cuyas puertas son espirituales, como espirituales son los ángeles de Dios: “La rodeaba una muralla ancha y alta con doce puertas; en esas puertas doce ángeles, y en cada una escritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel”. La muralla es símbolo de seguridad, ya no hay miedo alguno. En el reino de Dios, preparado para los que lo aman, no está presente el temor oculto a la muerte que se esconde en el fondo del corazón de cada hombre y de cada mujer. La ausencia de toda preocupación y angustia es la gran victoria de todo aquel que ha alcanzado la corona de gloria en presencia de Cristo y sus ángeles. La gran ciudad, la nueva Jerusalén, no conoce fronteras porque el amor de Dios es su único límite: “La ciudad es cuadrada, su ancho es igual a su largo. La midió con su caña: doce mil estadios”. Solo lo perfecto puede entrar en el Reino de los Cielos. Nada manchado entrará en la ciudad santa. Como Dios es perfecto, perfecta es la Jerusalén celestial. Así es, porque así está escrito:

“Su ancho, su largo y su alto son iguales. Después midió la altura de la muralla: ciento cuarenta y cuatro codos. Usaba una medida ordinaria, que, en realidad, era más bien una medida de ángel

“En ella no entrará nada manchado. No, no entrarán los que cometen maldad y mentira, sino solamente los que están escritos en el libro de la vida del Cordero”

“Sus hojas son medicinales para las naciones y ninguna maldición es allí posible”

Has sido llamado por Dios para ser transparente y limpio de corazón, como el cristal. Has sido llamado por Dios para construir un reinado de amor y justicia en el mundo. No olvides que los reyes son los que visten de oro. Déjate vestir con el oro de la gracia que Cristo te regala en los sacramentos. Permite a Dios calmar tu sed. Bebe del agua de la vida que sale del trono de Dios y del Cordero. Déjate llenar por el Espíritu Santo. Entonces, Dios vendrá a ti y hará su morada en ti, porque Él te ama y te ama hasta la muerte. Así es, porque así está escrito:

“Jesús respondió: ‘Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará y vendremos a él para hacer nuestra morada en él’ “
San Juan 14, 23

“Las murallas son de jaspe y la ciudad, de oro fino como el cristal

“Después el ángel me mostró el río de la vida, puro como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero”

“La avenida de la ciudad es de oro refinado, transparente como cristal

El número doce, en las sagradas escrituras, designa el pueblo escogido por Dios, es decir, la Iglesia. La Iglesia fundada por Cristo tiene sus cimientos en los doce apóstoles del Cordero. Los doce apóstoles del Cordero tienen como sucesores a los obispos fieles a Cristo, los cuales son ordenados, sacramentalmente, en la Iglesia que es: Una, santa, católica, apostólica y romana. Cada obispo fiel a Cristo posee un brillo diferente porque no hay dos hombres iguales sobre la Tierra. Por eso, está escrito:

“Ustedes son la luz del mundo. No se puede esconder una ciudad edificada sobre un cerro. No se enciende una lámpara para esconderla en un tiesto, sino para ponerla en un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Así, pues, debe brillar su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes que está en los Cielos”
San Mateo 5, 14 - 16

“Las bases de las murallas están adornadas con toda clase de piedras preciosas: la primera base es de jaspe; la segunda, de zafiro; la tercera, de calcedonia; la cuarta, de esmeralda; la quinta, de sardónica; la sexta, de sardio; la séptima, de crisólito; la octava, de berilo; la novena, de topacio; la décima, de crisopraso; la úndécima, de jacinto; la duodécima, de amatista”

Cristo es la luz del mundo. Del trono de Dios y del Cordero procede el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el Señor y dador de vida. Es el Espíritu quien guía y nutre el magisterio de la Iglesia. Sin el Espíritu no podemos hacer nada. El Espíritu de Dios siempre es invocado en el momento de la ordenación ministerial de todo obispo, presbítero y diácono. En el Reino de los Cielos, Cristo es la luz que ilumina a todo hombre y a toda mujer que adoran y alaban a Dios por toda una eternidad. Todos los elegidos caminarán hacia su luz admirable. Todos aquellos que acumularon riquezas espirituales, a lo largo de su vida terrenal, serán reyes en el reino preparado por Dios y sus ángeles. Dios nos llama a compartir con los más pequeños e indefensos, para así, acumular riquezas en el Cielo. La mayor riqueza se encuentra en las buenas obras porque las obras de misericordia son el único tesoro que el espíritu humano conserva para la vida eterna. Las obras de amor y misericordia encarnan: “todo lo precioso y todo lo grande de las naciones”. Las puertas del Cielo están abiertas para todo aquel que lleva en su corazón el amor de Dios. En el Cielo todo es luz y amor porque Dios mismo es luz y amor. Así es, porque así está escrito:

“No se hagan tesoros en la tierra, donde la polilla y el gusano los echan a perder y donde los ladrones rompen el muro y roban. Acumulen tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni el gusano los echan a perder, ni hay ladrones para romper el muro y robar”
San Mateo 6, 19 - 20

“Ya no habrá noche. No necesitarán luz de lámparas ni de sol, porque el Señor Dios derramará su luz sobre ellos y reinarán por los siglos de los siglos”

“No vi templo alguno en la ciudad; porque el Señor Dios, el dueño del Universo, es su Templo, lo mismo que el Cordero. No necesita ni de luz del sol ni de luna, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero. Las naciones caminarán hacia su luz y los reyes de la tierra vendrán a traerle sus riquezas. Sus puertas permanecerán abiertas todo el día, ya que allí no hay noche, y vendrán a presentarle todo lo precioso y todo lo grande de las naciones”

Los frutos del Espíritu Santo reúnen la plenitud de las virtudes cristianas. Son doce los frutos del Espíritu Santo, a saber: La caridad, el gozo, la paz, la paciencia, la mansedumbre, la bondad, la benignidad, la perseverancia, la fe, la modestia, la templanza y la castidad. A través de estas virtudes te haces santo y te haces digno de entrar en comunión con Dios en el reino preparado para los que lo aman. Tú puedes llegar a ser ese árbol plantado a orillas del río de la vida que da frutos doce veces, una vez por mes. Tú puedes llegar a ser ese cristiano fiel que glorifica a Dios con su vida, todos los días, durante tu corta existencia terrenal. Así es, y así está escrito:

“En medio de la avenida, a ambos lados del río, están los árboles de la vida, que dan frutos doce veces, una vez por mes”

Llevar grabado el nombre de Dios en la frente es equivalente a vivir en gracia de Dios. Estás llamado a vivir, diariamente, los siete sacramentos de la santa madre Iglesia para permanecer en gracia de Dios en todo tiempo y lugar. Aléjate de toda tentación y perturbación que te puedan separar de los mandamientos entregados por Jesucristo, Nuestro Señor. Si cumples con lo mandado, verás el rostro de Dios en la ciudad santa, la nueva Jerusalén. Entonces, tú serás para Dios un hijo y Él será para ti un Padre. Esta es una promesa del Creador de Cielos y Tierra:

“El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad, y sus servidores le rendirán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre sobre sus frentes”

El Apocalipsis no pudo haber sido inventado, y menos redactado, por un hombre común y corriente. Las palabras de este libro son inspiradas por Dios. Únicamente, Dios conoce el pasado, el presente y el futuro. Muchas de las exhortaciones apostólicas del Apocalipsis son propias de las cartas y el evangelio escritos por San Juan apóstol. El mensaje, que aparece escrito este libro profético, solo puede tener como autor al discípulo amado de Cristo, San Juan apóstol. Dios le muestra a su siervo Juan una visión de los acontecimientos que han cambiado y cambiarán la historia de la humanidad. En el libro del Apocalipsis: El pasado, el presente y el futuro se entrelazan, como se mezclan las profecías relacionadas con la vida presente y futura. Para Dios no existe ni pasado, ni presente, ni futuro, porque Dios vive en un único presente. A este único presente lo llamamos eternidad. Para Dios no existen vivos o muertos. Para Él todos viven porque Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Para Dios la historia de la humanidad es muy corta. La historia del hombre sobre la Tierra es muy breve, especialmente, cuando ésta se compara frente a la eternidad. En promedio, un ser humano no alcanza los cien años de edad al morir, aún así, el espíritu humano es inmortal y nunca desaparece. Dios piensa en términos de eternidad. El hombre piensa en términos de inmediatez. Dios ve el futuro eterno y definitivo del alma humana. El hombre no ve más allá de sus narices. Pocos entienden el libro del Apocalipsis porque pocos entienden la forma de pensar de Dios. Por eso, antes de abordar el final de la revelación, el anuncio profético de este sagrado libro es confirmado por el mensajero de Dios, San Juan apóstol, tal como está escrito a continuación:

“Después me dijo el ángel: ‘Estas son palabras ciertas y verdaderas. El Señor Dios, que inspira a los profetas, ha enviado a su ángel para que muestre a los servidores de Dios lo que pronto va a suceder’. ‘Mira que vuelvo pronto. Feliz el que hace caso de las palabras proféticas de este libro’. Yo, Juan, fui el que vio y oyó todo esto”

De acuerdo con la teoría del Big Bang, la edad del universo es de unos trece mil setecientos millones de años. De los trece mil setecientos millones de años, la historia del hombre sobre la Tierra solo abarca los últimos diez mil años. El hombre es un recién llegado a la Tierra. Así, la expresión “Mira que vuelvo pronto” se refiere al tiempo que transcurre entre la ascensión de Nuestro Señor Jesucristo al Cielo y la segunda venida de Cristo a la Tierra. Lógicamente, para Dios este periodo de tiempo es muy corto comparado con los trece mil setecientos millones de años que demoró la creación del universo.

Hoy en día, se ha generalizado el culto a los ángeles. Los ángeles son mensajeros e intermediarios entre Dios y los hombres. No te dejes engañar por falsas doctrinas e ideologías. Solamente a Dios debes adorar. Los santos, la santísima virgen y los ángeles merecen nuestro respeto y veneración. Son las tres divinas personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo las que reciben y deben recibir adoración y gloria por los siglos de los siglos. Amén. Así es, porque así está escrito:

“Al terminar las palabras y las visiones caí a los pies del ángel que me había mostrado todo esto, para adorarlo. Pero él me dijo: ‘No, ten cuidado, soy un servidor como tú y como tus hermanos los profetas y todos los que observan las palabras de este libro. A Dios es a quien debes adorar’ “

Nuestra Iglesia es: Una, santa, católica, apostólica y romana. En nuestra Iglesia no se puede obligar a nadie a salvarse del lago de fuego y azufre. Cada uno es libre porque Dios creó hombres y mujeres libres. Cada ser humano es arquitecto de su propio destino. Cada hombre y cada mujer son artífices de su propia salvación o condenación. Dios nos ha escogido para entregar solemne testimonio de Nuestro Señor Jesucristo en la Tierra. Pobres de aquellos que, después de haber escuchado el mensaje entregado por el magisterio de la Iglesia, continúan, obstinadamente, con oídos sordos. Desgraciados aquellos que, perteneciendo a la Iglesia fundada por Cristo, se hayan apartado del camino correcto por ir en busca de senderos equivocados en otras iglesias. Por eso, está escrito:

“Si en algún lugar no los reciben y no los escuchan, dejen a esa gente y sacudan el polvo de sus pies como protesta contra ellos”
San Marcos 6, 11

“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que hice en vosotras, seguramente habrían hecho penitencia, vestidos de sacos y cubiertos de ceniza. Por eso, Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor en el día del juicio. Y tú, Cafarnaún, ¿pretendes llegar hasta las nubes? Serás hundida en el infierno. Porque si los milagros que se han realizado en ti se hubieran hecho en Sodoma, todavía existiría Sodoma. Por eso les digo que la región de Sodoma, en el día del juicio, será tratada con menos rigor”
San Mateo 11, 21 - 24

“Me dijo además: ‘No guardes en secreto los mensajes proféticos de este libro, porque pronto se cumplirán. Que el pecador siga pecando, que el sucio siga ensuciándose, que el hombre de bien siga en el bien y que el santo se santifique más’ “

En la cruz de cada día, el cristiano lava el vestido de su alma. La cruz de cada día es la que purifica y limpia el espíritu humano. Debes ofrecer a Dios todo sufrimiento padecido en esta corta vida terrenal, para así disfrutar de la vida eterna en el Reino de los Cielos. La vida eterna es el “árbol de la vida” que ha sido preparado para todos aquellos que obedecen la santa voluntad del Señor. Las puertas del reino de Dios están abiertas para todo aquel que permanece en vigilante espera. Por eso, está escrito:

“Felices los que lavan sus ropas; disfrutarán del árbol de la vida y se les abrirán las puertas de la ciudad”

Jesucristo es el autor intelectual del Apocalipsis. Jesucristo es quien inspira a Juan para que escriba el libro que, diecinueve siglos más tarde, aún es fuente de controversia entre aquellos que intentan interpretarlo. San Juan es el ángel, San Juan es el mensajero de Dios. El Apocalipsis es un mensaje para las siete iglesias, es decir, es una revelación para la Iglesia Católica de todos los tiempos. El rey David es hijo de Jesé. Jesucristo es el brote de Jesé, Jesucristo es la “estrella brillante de la mañana”. Jesucristo es la luz que brilla en la eternidad, como sol de medio día. Así es, porque así está escrito:

“Una rama saldrá del tronco de Jesé, un brote surgirá de sus raíces. Sobre él reposará el Espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a Yahvé y para respetarlo”
Isaías 11, 1 - 2

“Yo, Jesús, envié a mi ángel para decirles lo que se refiere a las iglesias. Yo soy el brote y el descendiente de la familia de David, la estrella brillante de la mañana”

La versión en griego del antiguo testamento, llamada Septuaginta, es una fuente privilegiada para conocer las llamadas versiones paleohebreas, o hebreas antiguas, veneradas por el pueblo de Israel en épocas anteriores a Cristo. La Septuaginta constituye la primera traducción de la ley mosaica o Pentateuco y de los Profetas a un idioma distinto al hebreo. Esta monumental empresa literaria fue iniciada en la ciudad de Alejandría, durante el reinado de Ptolomeo II Filadelfo (285 a.C - 247 a.C). El rey Ptolomeo solicitó al sumo sacerdote Eleazar de Jerusalén la presencia de 72 sabios judíos (seis por cada tribu de Israel) con el fin de traducir la Torah al griego. El nombre de Septuaginta se origina en el número aproximado de sabios que habrían intervenido en la traducción, es decir, setenta. En esta ocasión, no se tradujeron, solamente, palabras y frases de una lengua a otra, sino que se expresó con lucidez providencial el sentido auténtico de la palabra de Dios. Una vez traducido el Pentateuco al idioma griego, se continuó con la traducción del resto de los libros sagrados. El proceso concluyó alrededor del año 150 a.C. El texto griego de los Setenta fue adoptado por una significativa porción de judíos tanto en la región de Palestina, como en la diáspora. Los judíos dispersos se contaban por cientos de miles, exiliados entre el Mediterráneo y el Cercano Oriente, especialmente, en Mesopotamia y Alejandría. Todos los libros protocanónicos y deuterocanónicos, que conforman el antiguo testamento en la biblia católica, se encuentran traducidos en la Septuaginta. Esta tradición viene desde la primitiva comunidad cristiana, la cual empleaba la biblia de los Setenta como texto de consulta.

Poco después de la caída de Jerusalén, hacia el año 70 d.C, se estableció un centro de enseñanza judío en la ciudad de Jamnia. A finales del siglo I, en esta ciudad, se realizó un concilio de fariseos. En esta reunión se estableció el nuevo conjunto de libros aceptados por la tradición judía, en lo que se conoce, actualmente, como la biblia hebrea. Este concilio fue, totalmente, anticristiano. Los fariseos, reunidos en Jamnia, se refirieron a Nuestro Señor Jesucristo como un “bastardo”, es decir, como un “hijo ilegítimo”. En este concilio, todos los libros deuterocanónicos de la biblia Septuaginta fueron retirados del nuevo canon judío.

En el año de 1947, y a orillas del mar Muerto, se hallaron unos antiguos manuscritos conocidos como los rollos de Qumrán. Los manuscritos del mar Muerto, o rollos de Qumrán, son una colección de casi 800 escritos de origen judío, escritos en hebreo y arameo por integrantes de la congregación judía de los esenios. Estos manuscritos fueron encontrados en once grutas en los escarpados alrededores del mar Muerto. A través de los rollos de Qumrán, los estudiosos bíblicos pudieron establecer que muchos de los pasajes e interpretación, propios de la Septuaginta, se hallaban, igualmente, reflejados en manuscritos hebreos y arameos mucho más antiguos que los actuales contenidos de la biblia hebrea.

Al igual que los antiguos fariseos anticristianos de finales del siglo I, muchas de las actuales sectas protestantes niegan, sistemáticamente, la validez de los libros deuterocanónicos, los cuales han sido aceptados y ratificados por la Iglesia Católica a través de los siglos. Este es, quizás, uno de los signos más concluyentes que atestiguan la falsedad inherente de todo pastor protestante. No es casualidad que la biblia católica contenga 73 libros (46 libros del antiguo testamento y 27 libros del nuevo testamento), mientras que la biblia protestante solo contenga 66 libros. No es casualidad que a la biblia protestante le falten 7 libros. Como si lo anterior no fuera suficiente, según el precursor de las sectas protestantes, el doctor Martín Lutero:

“La salvación solo puede ser recibida cuando ponemos nuestra fe en Aquel que murió por nosotros, excluyendo la posibilidad de que nuestras obras puedan contribuir

Esta afirmación hace parte de la doctrina de la sola fide, sola gratia, sola scriptura, proclamada por el doctor Martín Lutero en el siglo XVI. Para entender la enorme falsedad contenida en la segunda parte del anterior postulado, lee el pasaje bíblico que se anexa a continuación:

Así pasa con la fe: Si no se demuestra por la manera de actuar, está completamente muerta. Y sería fácil rebatir a cualquiera: Tú tienes fe y yo hago el bien; ¿dónde está tu fe, que no produce nada? Yo por mi parte te mostraré mi fe por el bien que hago
Carta de Santiago 2, 17 - 18

El acto de mutilar la palabra escrita de Dios, promoviendo una biblia mutilada, más el hecho de añadir mensajes falsos a las sagradas escrituras encierra un pecado, especialmente, grave; cuyas consecuencias se explican, claramente, en el pasaje bíblico que se anexa más adelante. Con toda seguridad, en el juicio final nadie deseará estar en los zapatos de aquellos que llegaron hasta el colmo de mutilar la santa palabra de Dios. Así será, porque así está escrito:

“Yo, por mi parte, declaro a todo el que escuche las palabras proféticas de este libro: A quien se atreva a añadirle algo, Dios añadirá sobre él todas las plagas descritas en este libro. A quien quite algo de las palabras de este libro profético, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro”

Ven Señor Jesús, llena los corazones con el fuego de tu amor. Que la faz de la Tierra sea renovada con tu santo Nombre. Que el mundo sepa que: Sólo tú eres santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo Jesucristo, quien vive y reina en la gloria de Dios Padre Todo Poderoso, bajo la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

“El que da fe de estas palabras, dice: ‘Sí, vengo pronto’. Amén. Ven, Señor Jesús. Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén”